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Cuando el médico o el enfermero son los pacientes

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Están acostumbrados a llevar una bata blanca y a pasear por los pasillos del Hospital Can Misses como si fuera su casa. Son médicos y enfer...

Están acostumbrados a llevar una bata blanca y a pasear por los pasillos del Hospital Can Misses como si fuera su casa. Son médicos y enfermeros. Sin embargo, saben muy bien también lo que supone estar al otro lado, ingresados en planta, sedados en la Unidad de Cuidados Intensivos o sometiéndose a un tratamiento de radioterapia. Ver la asistencia médica con el camisón de los enfermos les ha hecho reflexionar.

Es difícil mantener la dignidad de emperador delante de un médico, pero más la de hombre». Hace cuatro años que Ramon Canet, internista del Hospital Can Misses, tiene especialmente en cuenta esta frase de Marguerite Yourcenar en 'Memorias de Adriano'. La leyó mientras estudiaba Medicina, le gustó, se le quedó marcada y la ha recordado cada vez que tenía a un paciente delante. Desde el 20 de noviembre de hace cuatro años, la lleva grabada a fuego. Ese día recibió el alta después de una operación, dos estancias en la UCI, cerca de dos semanas en la planta de Traumatología y un tiempo de recuperación en casa.

Ramon Canet internista

«Intento aplicar esa idea, esa máxima, a la hora de interactuar con las personas en el hospital, mantener su dignidad», afirma Canet, uno de los profesionales sanitarios del hospital ibicenco que sabe lo que es estar al otro lado. Un médico que también ha sido paciente, una situación que, confiesa, le sirvió para darse cuenta de algunas cosas: «Eres consciente de que trabajando en el hospital a veces se te pasa por alto que somos personas, no seres inmunes al sufrimiento».

Canet recuerda perfectamente cuándo ingresó en el hospital. No el día exacto, pero sí todo lo que pasó los días previos: «Estuve dando muchas charlas sobre el ébola en los centros de salud. Y tuvimos también un caso de malaria. Recuerdo que acabé de ver al paciente y llamé a la cirujana maxilofacial». Tenía un diente infectado y había que operar, en dos tandas, de ahí los dos ingresos de tres días en la UCI. Sedado y con ventilación: «Me habían explicado que las curas eran muy dolorosas y que era mejor hacerlo así». La estancia se alargó con una hospitalización de cerca de quince días porque tras la segunda intervención necesitó una recuperación larga, con curas muy frecuentes y con bastante medicación para aliviar el dolor. «Te das cuenta de la suerte que tenemos al disponer de una asistencia sanitaria tan buena», afirma Canet, que destaca la «humanidad» del equipo de UCI «con cualquier persona que está ingresada». Los primeros días, al estar sedado no era consciente de nada, pero luego, cuando despertó, se resignó: «Más vale tomárselo con filosofía».

Reconoce que, al ser médico, es «más consciente» de los riesgos que se pueden producir, pero asegura que, desde el primer momento, tuvo claro que no debía intervenir «para nada» y que debía dejar hacer a sus médicos: «Quizás, en un momento dado, me daban varias alternativas, pero eso es algo que se hace cada vez más. El modelo del médico paternalista está desterrado hace tiempo». Y no sólo a los médicos. Asegura que siguió las indicaciones de todos: médicos, enfermerós, auxiliares, técnicos, celadores...

Otros de los aspectos de los que fue consciente durante su ingreso es la repercusión que una enfermedad tiene en la familia directa, no sólo la preocupación sino también las alteraciones que supone en el día a día. También fue consciente de las consecuencias económicas de una baja. «Consideramos como algo habitual ingresar a los pacientes, pero hay gente para la que que esto supone una ruptura con su entorno. Se preguntan quién cuidará de su gato o su perro. Hay mucha gente que vive sola. Esas personas tienen todo un mundo fuera del hospital y debes tenerlo en cuenta», reflexiona el internista, que confiesa que se le hizo «extraño» estar en la cama del mismo hospital en el que él ejerce de médico.

Lo ingresaron en Traumatología –«es donde se hospitalizaba antes a los pacientes de Maxilofacial»–, donde se sorprendió pensando que Can Misses «es una ciudad en pequeño» donde todos, «desde el médico a la señora de la limpieza», tienen una función para intentar que el paciente se sienta lo mejor posible. En su caso, destaca la ausencia de dolor: «Todo estaba pensado para que no lo tuviera, ni siquiera durante las curas. Los enfermeros, además eran generosos con el tratamiento». La estancia no se le hizo pesada, recuerda, porque aprovechó para ponerse al día y estudiar cursos de virología. «Nunca encontraba tiempo y ahí tenía todo el del mundo», indica Canet, que recuerda al neumólogo Àlvar Agustí: «Estuvo nueve semanas y media en el hospital y contó lo que supusieron. Se dio cuenta, por ejemplo, de que los horarios del hospital son incompatibles con el descanso del paciente. A raíz de eso promovió una serie de cambios. A mí, por suerte, no me ha hecho falta».

Carlos Rodríguez, médico

«Ahora he conocido otra parte de los hospitales. Los techos, los fluorescentes, los pasillos...», bromea Carlos Rodríguez, médico de familia y portavoz en las Pitiüses del Sindicato Médico Balear (Simebal), que sabe bien lo que es estar al otro lado. En los últimos años ha pasado por una neumonía, una operación de prótesis de cadera y, ahora, un cáncer. «Es un cambio de visión», afirma Rodríguez, que destaca que todo ello, en la sanidad pública. «Siempre ha habido alguien que me preguntaba que cómo no me iba fuera. ¿Para qué? Si tenemos una sanidad fantástica. ¿Que hay cosas que se pueden mejorar? Por supuesto, pero no hace falta irse fuera», defiende.Explica que ser paciente ha supuesto un «cambio de postura». Lo dice con doble sentido, estirándose en la silla hasta quedar completamente tumbado. Tiene clarísimo una de las cosas que cambiaría: «Los camisones abiertos por detrás con los que, a la que te descuidas, se ve el culo. Los pacientes caminan pegados a la pared».

La neumonía le enseñó, explica, que no debe diagnosticarse a sí mismo. «Ni a ninguno de los míos», añade: «Estaba a 40 de fiebre, pensé que era una gripe y me quedé tres días en casa. Me equivoqué». La enfermedad le llevó a la UCI, aunque lo hospitalizaron en una habitación aislada. Estuvo muy grave. Incluso temió por su vida, una situación que ha vivido recientemente, cuando le diagnosticaron cáncer, un linfoma. «Ser médico no te libra del miedo», indica. De hecho afirma que tener más información de lo que le ocurre no ayuda, precisamente. «En el caso del cáncer tienes pacientes que han pasado por lo mismo que tú y sabes cómo han acabado. Aunque también conoces a los que han salido de esto», reflexiona Rodríguez, que confiesa que no le ha dicho nunca a nadie que es médico, ni a los profesionales que le han atendido y no lo conocían ni a otros pacientes con los que ha coincido. «Siempre he venido como un 07 barra», indica haciendo referencia a los tres dígitos con los que comienza la historia clínica de cualquiera. De hecho, aunque ha tenido tentaciones no ha mirado jamás la suya en el sistema informático del Área de Salud Pitiusa. «Ni exijo ni investigo, quiero ser uno más», señala.

Sigue en tratamiento de quimioterapia –tiene dos años de sesiones– pero antes pasó por la radioterapia. Al verse tumbado en el acelerador lineal –«parecía que estaba en '2001, una odisea en el espacio'»– no pudo evitar pensar en lo que costó conseguirla. Reconoce que cuando recibió el diagnóstico volvió a sentir miedo. «Piensas mucho sobre la vida y la muerte, intentas animarte pero estás triste y decaído y no puedes quitártelo de la cabeza, llega un momento que lo normalizas», indica Rodríguez que recuerda momentos hilarantes: «Tengo colesterol y un día, María Ángeles Leciñena, médica, que lo sabe, me pilló comiéndome un helado enorme. Le dije que tenía colesterol y cáncer, que no me echara la bronca». O, cuando después de un TAC con un contraste que lleva algo de radiación: «Me sentía peligroso».

Además de un camisón que sea más respetuoso con la dignidad de los pacientes, Rodríguez reclama una figura que ayude a los enfermos de las Pitiüses y sus familiares cuando los derivan a Mallorca, al hospital de Son Espases. «Tienes una sensación de pérdida gigantesca. Una vez que llegas a donde tienes que llegar todo va bien e, incluso, si saben que eres de fuera, intentan agilizar todo, pero hasta llegar ahí... Lo sufría yo y no podía dejar de pensar en las personas mayores», indica el médico, que pondría una especie de guía que recibiera a los pacientes de las Pitiüses y Menorca. «Y con carritos de golf para las personas con problemas de movilidad», añade. También cree que los médicos deberían animar a los pacientes a tomar notas en algunas consultas, o dárselas ellos mismos –«con buena letra»–, especialmente cuando las noticias que se van a transmitir no son buenas y el enfermos se va a quedar en estado de shock. «Al salir, muchos se preguntan '¿qué me ha dicho?'», asegura.

A Rodríguez le gustaría que, al acabar todo el proceso, le entregaran una factura. «No para cobrármela –se apresura a matizar– sino para ver qué ha costado todo mi tratamiento». De hecho, cree que estaría bien que todos los pacientes las recibieran. «Así todos valoraríamos más la atención que recibimos», opina Rodríguez, que aún continúa con el tratamiento de quimioterapia. El primer día llegó a la sala con algo de nervios, confiesa, y con un ensayo de Chesterton, uno de sus escritores favoritos, que rápidamente descubrió no era la mejor lectura para mantenerse despierto durante las seis horas de sesión. Lo primero lo solucionaron las enfermeras y auxiliares del hospital de día y lo segundo, una buena siesta. Ahora sólo se lleva novelas entretenidas. Y su compañero en el sindicato, el también médico Antoni Pallicer, le acerca a media mañana «tres pulguitas» de la cafetería. «A mitad de la sesión me entra hambre», concluye.

Fran García, enfermero

Sus compañeros del hospital no bromeaban con él. Ahí se dio cuenta Fran García, enfermero de consultas externas de Can Misses, de que estaba realmente mal. De hecho, su estancia como paciente por una neumonía le ha servido a García para darse cuenta de lo importantes que son algunos detalles para los enfermos: «Una simple palabra o un gesto de quien te atiende cuentan mucho cuando te encuentras tan mal y estás a la expectativa de qué pasará. Da igual si viene de un médico o un celador. Eso me ha quedado claro».

García, que había sido supervisor de rayos, tiene bastante reciente su experiencia. No han pasado ni seis meses desde que una neumonía con doble derrame lo llevó a la UCI del hospital. Estaba de vacaciones en Valencia y se encontraba constipado. «Llevaba una semana un poco mal, pero como tengo asma y me dan altibajos, no le di más importancia», recuerda. Al regresar, sin embargo, se sentía «bastante mal» de manera que acudió a Urgencias, donde tuvo una reacción a un antibiótico. Le subieron a planta, pero como no reaccionaba rápido al tratamiento lo llevaron a cuidados intensivos. Allí estuvo cinco días. Lo intentaron sacar en varias ocasiones, pero no fue posible. «En la UCI estaba consciente, pero no estaba para nada. Los primeros días hablaba y me comunicaba, pero luego me di cuenta de que no estaba tan bien como yo pensaba», indica García, que explica que ésta ha sido la primera vez que ha estado ingresado en una unidad de cuidados intensivos. La recuperación no ha sido tan rápida como esperaba, comenta.

Lo que más le sorprendió de la unidad fue «la calidad humana» de los profesionales de la UCI. «Tengo mucho contacto con ellos por trabajo y no es que tuviera mal concepto de ellos, pero no imaginaba que fueran tan cercanos», indica el enfermero quien, al igual que Carlos Rodríguez, reconoce que tuvo miedo. «Sobre todo cuando empeoré. Cuando en planta me puse mal tuve miedo, pero no tanto como en la UCI una de las veces», recuerda. Los días allí, cuando ya estaba más consciente, se le hacían largos. «Si no llega a ser por un libro que me había comprado en las vacaciones... Ahí descubrí el poder de la lectura», indica antes de detallar que el libro que le salvó los días en intensivos es 'Falcó', de Arturo Pérez-Reverte. «Tienes el móvil, lo miras, pero pasa como con la televisión, que te atonta, te metes más en tu mundo y te agobias. Lo digo en serio, si no hubiera sido por ese libro...», añade.

Después de cinco días allí lo trasladaron a planta y lo ingresaron en Medicina Interna. «Módulo F», detalla. Ahí fue donde realmente se dio cuenta de lo importante que es para un paciente cualquier detalle. «Y eso que, trabajando, voy a planta. Me lo imaginaba, pero no era consciente de que esas cosas fueran tan importantes. De la diferencia que suponen los pequeños detalles», señala. El enfermero recuerda especialmente el ánimo que les transmitía un compañero que, por la mañana, rompía el silencio de la planta con sus comentarios: «Conseguía que los abuelillos se pusieran contentos. Lo escuchabas llegar con esa alegría y te animaba. Decía cualquier cosa, una tontería, una palabra, pero lo decía con tanto ánimo... Eso lo cambia todo».

Atención. A Fran García le pareció «muy buena» la comida del hospital. «Me sorprendió. Alucinaba, sinceramente. Llevo muchos años trabajando aquí y recuerdo gente que no comía porque decía que estaba horrible», confiesa. «Aunque la verdad es que no soy muy tiquismiquis», reconoce. Al parecer, en esa época ya había cambiado el servicio de cocina.

En ningún momento el enfermero se sintió extraño al estar en el otro lado. «Estaba tan fastidiaco que no podía ni levantarme de la cama. Los primeros días no podía ni girarme un poco», indica García, que destaca la parte buena de trabajar en el hospital y estar ingresado ahí mismo: tuvo muchas visitas de los compañeros. Aunque no le hicieran bromas. También le sorprendió, explica, darse cuenta de que el hospital es casi como una ciudad, lleva diez años trabajando allí y hay mucha gente que no se conoce. «Es un lugar de paso», concluye.


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Cuando el médico o el enfermero son los pacientes
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